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Review This Story || Author: sman2000

Lauryn tras la pista

Part 4

Emma mostraba su mejor sonrisa al ayudante del forense. Un tipo joven, bien parecido. Resultaba extraño que hubiese elegido una disciplina cómo esa. La inspectora tan solo pensó en ello un par de veces. Después dirigió su concentración a convencerle para cooperar un poco. No fue difícil. Un par de sonrisas, una extensa conversación sobre las miserias que ambos padecían como ayudantes, unas cosas que llevaban a las otras… Al final casi parecían amigos de toda la vida.  Era otra de las habilidades de Emma, le costaba poco llevarse bien con los demás independientemente de su sexo.


A pesar de todo se vio obligada a leer los expedientes allí mismo. Su padre siempre le había dicho que si quería ganar algún contacto, lo más importante era no dejarse percibir como un problema. Pedir una ojeada como favor personal era sencillo. Llevárselos fuera, incluso sacar una copia, podía meter en un lío a su nuevo "amigo".




Aún así, el vistazo furtivo le vino muy bien, o al menos eso pensó Emma. El forense había hecho un trabajo mucho más meticuloso que el comisario O'Brian. Sin importar las suposiciones de los detectives, siempre seguía el mismo procedimiento con sus "pacientes". Evidentemente lo primero había sido tomar muestras de ADN, trabajo fácil dado el asalto que habían sufrido las tres muchachas.


El informe de O'Brian decía que las muestras de semen no coincidían con las de ningún sospechoso habitual, ni con las de ningún caso previo. El forense contaba una historia completamente distinta. El mismo ADN había sido encontrado en al menos una veintena de crímenes violentos. Todos asesinatos con agresión sexual. La mayoría los había investigado el propio comisario. Los pocos que no habían sido casos del detective Lester, un veterano que con los años se había convertido en la mano derecha de O'Brian.


Emma utilizó uno de los ordenadores del instituto forense para revisar los archivos policiales de esos casos. Todos habían sido resueltos con la misma desidia. Ni una sola detención. Emma supo de inmediato que había dado con algo grande, muy grande. A pesar de la hora, casi las cuatro de la madrugada, no tenía sueño, y dedujo que Rebecca también estaría fresca como una rosa. La llamó inmediatamente. Se equivocaba. Su amiga tenía la voz de alguien que se mantiene despierto a duras penas. Tras pedir disculpas varias veces, le habló de sus descubrimientos.


-Ya sé que dije que no me metería más en esto, ¡pero hemos dado con algo grande!


Ignoraba los motivos por los que Rebecca se mostraba menos entusiasta. Incluso estaba preocupada.


-¿Asuntos internos?, no, este caso es nuestro.


Al otro lado del teléfono, Rebecca debió comprender finalmente los motivos de euforia para Emma. Tal vez eso la llevó a capitular un poco. Claro que Emma también cedió en cierta medida. Cayó en la cuenta de estar apunto de ir a por todo un comisario. Debían proceder con cautela, reunir más pruebas. Además, todos estaban en el mismo equipo. No debía importar quien realizase la detención.


-De acuerdo. Te veo en tu casa y te cuento todo, ¿vale?


Colgó con una sonrisa de oreja a oreja tras haber llegado a un acuerdo. Estaba tan contenta que, al cruzarse con el ayudante del forense, le besó enérgicamente en la mejilla.




Lauryn seguía escondida en el armario. No sabía si Lacroix había tomado pastillas para aguantar durante horas, pero se le empezaba a hacer eterno. Había acabado sentándose en el suelo. Ya solo luchaba contra la incomodidad y el aburrimiento.


Escuchó el timbre de un teléfono móvil. No era el suyo, lo había puesto en silencio casi desde el primer momento. Asomó un poco por la rendija para ver a aquel hombre coger el teléfono y saludar a su hija Brenda. El rosto de Lacroix reflejaba sorpresa, no esperaba una llamada a esas horas.




Brenda había pasado una tarde poco ociosa. Tras encontrar esos curiosos huecos en la agenda se decidió a revisar los gastos de la campaña. Lo que encontró habría pasado desapercibido para la mayoría, pero Brenda no había sido la primera de su clase en balde. Desde prácticamente el principio, las cuentas mostraban pequeños gastos sin justificar. Gastos varios, decían los libros. Poca cosa. Cien aquí, doscientos allá, cincuenta más… todo muy sutil. Sin embargo cada mes sumaban exactamente treinta de los grandes. Mirando las cuentas anteriores de bufete de abogados de su padre, encontró los mismos gastos antes incluso de la campaña. Solo se le ocurrió una respuesta, chantaje. No acertaba a encontrar algún motivo por el que pudiesen chantajear a su padre. Era viudo, así que encontrar una amante no habría sido perjudicial, al menos no antes de entrar en campaña. Claro que también sabía de la dureza que empleaba contra diversos grupos del crimen organizado. Podían haberle tendido alguna trampa. Si era eso, si esos bastardos habían matado a su hermana, los llevaría ante la justicia.


Aunque era tarde, llamó a su padre para preguntar. La conversación fue breve. Le hablo de sus indagaciones, de los huecos en la agenda y de los "gastos varios". Brenda no esperaba que la voz de su padre se volviese tan grave al responderle. Debía haber dado con un tema serio, por eso no se sorprendió cuando le dijo que mejor debían hablarlo a la mañana siguiente. Cuando colgó decidió enviar un mensaje a la periodista. No conocía a Lauryn desde hacía más de veinticuatro horas, pero creía que era de fiar.




Lauryn llegó a escuchar a Lacroix quedando con alguien. No fue hasta el final de la llamada cuando oyó el nombre de Brenda. Aunque era tarde se trataba de su hija, así que no le dio demasiada importancia. Unos segundos después recibió el mensaje de Brenda hablándole de gastos sospechosos, y le avisaba de su intención de hablarlo cara a cara con el propio Lacroix. Lauryn envió inmediatamente un mensaje para intentar hacer cambiar de opinión a Brenda. No debía meterse en algo así. Ni siquiera recibió confirmación de lectura. La mayor de las hermanas Lacroix debía haberse ido a dormir. Lauryn no podría llamarla mientras Albert siguiese allí.




A pesar de la hora, Rebecca envió un correo electrónico a la oficina de asuntos internos. No tenía amigos allí, pero había oído hablar de un agente con fama de incorruptible, Christopher Valley. Envió cuanto tenía. Copias de noticias de los crímenes que Emma también había encontrado por su cuenta. También mencionó que el instituto forense podría aportar más pruebas, aunque no rebeló cómo conocía ese último punto. Después se apresuró a recoger todo y partir a casa. Emma llegaría un poco antes. La muchacha se había mostrado muy competente, pero tendría que explicarle lo importante que resultaba la cautela en situaciones como esta.




Emma caminaba todavía eufórica hacia su coche. Le sorprendió un poco ver un coche negro aparcado aún. Recordaba vagamente haberlo visto llegar tras ella, pero dentro no había visto a nadie. Era raro, aunque en el instituto había sitio suficiente para albergar a varios detectives sin que se cruzasen. De todos modos aquello era raro. Sin saber muy bien por qué, aceleró el paso para llegar antes a su viejo coche.


No se fijó que las cámaras estaban rotas. En otros lugares eso habría provocado la alarma general, pero en el instituto forense no le daban tanta importancia, al menos no en el parking. Era un sitio húmedo donde tendrían a cortocircuitarse, eso cuando no sufrían alguna gamberrada. El procedimiento habitual era mandar a repararlas el día siguiente. Tal vez de haberse dado cuenta habría sido más cauta. Aún así memorizó la matrícula del otro coche, por si acaso.




Abrió la puerta y tomó asiento para cerrar rápidamente. Se sintió más tranquila de inmediato.


-Tonta, mira que asustarte de un parking oscuro.


Negó con la cabeza mientras se rió de si misma. Iba a introducir las llaves en el contacto cuando se fijó en el salpicadero. Había tres objetos extraños allí. Eran similares a cámaras de vigilancia, o más bien, a webcams. Un poco más grandes, con una especie de batería debajo. Estaban encendidas, orientadas hacia el asiento del conductor, el lugar donde se encontraba ella. Evidentemente no las había colocado Emma.


-¿Qué…?


No llegó a terminar la frase. Ocupada cómo estaba mirando las cámaras, no vio al entrar que había un hombre escondido en los asientos de atrás. No se fijó en la figura oscura levantándose silenciosa pero rápidamente mientras ella prestaba atención al salpicadero. No se dio cuenta de cómo agarraba una cuerda negra, una especie de hilo de pescar, con una mano en cada extremo. No fue capaz de evitarlo cuando el garrote descendió frente a su rostro para llegar al cuello.


Emma se sorprendió. No supo reaccionar. Las llaves cayeron al suelo mientras llevaba ambas manos al cuello para intentar agarrar el cordel. No consiguió pasar los dedos entre el cuello y el hilo a pesar de arañarse con sus propias uñas en el intento. Pensó en arrancar el coche y hacerlo chocar contra la pared, pero ni siquiera sabía donde habían ido a parar las llaves. El garrote impedía que mirase hacia abajo y la falta de aire evitaba que gritase. Tampoco pensaba con claridad. Todo había sido demasiado repentino. Se asustó, aunque intentó mantener la calma. Debía haber una forma de salir de allí, aunque con el respaldo entre su agresor y ella, poco podía forcejear.


-Voy a aflojar un poco para que hables, pero si gritas apretaré y no volveré a soltar. ¿Comprendido?


Emma asintió antes de pensárselo siquiera. Habría hecho lo mismo aún con más tiempo para decidir. Notó la presión alrededor de su cuello reducirse. No era suficiente para meter los dedos bajo el cable, pero comenzó a entrar el preciado aire.


-¿Quién…?


El garrote volvió a apretar cortándole el aire por completo, sin dejarle acabar la frase.


-No. Yo pregunto. Tu respondes. Si me gustan tus respuestas y prometes dejar de meter las narices en los asuntos de los demás, vivirás para recordar que debes mirar atrás antes de sentarte. ¿Comprendido?


Emma asintió con más urgencia. Necesitaba respirar. La presión volvió a amainar un poco. Ella volvió a respirar, aunque guardó silencio.


-Eso es. Como una niña buena.


Emma se limitó a asentir de nuevo. Posó los ojos en la guantera. Si entretenía a este tipo hasta conseguir distraerle, podría alcanzar la pistola.


-Has olisqueado casos que no te convienen. ¿Por qué?


- Quería un gran caso para….


De nuevo se quedó sin aire. Pataleó en el limitado espacio que tenía. Llegó a alcanzar las manos de su agresor con las suyas propias. No tenía fuerza para detenerle.


-He dicho que me tienen que gustar tus respuestas. Ahora otra vez


Emma no podía pensar. El garrote se había hundido esta vez en la piel haciéndola sangrar, Tenía miedo, pero no quería traicionar a Rebecca. Eso pensaba mientras no podía respirar, al menos al principio. Después comenzó a pensar que podía avisar a Rebecca a tiempo si la soltaban. O podía alcanzar la pistola. Mucha incertidumbre. Claro que en los últimos segundos de asfixia pensó simplemente en lo lista que era la detective. A ella no podrían atraparla por sorpresa, ¿Verdad?


-La detective Rebecca Johnes me lo pidió. - No dijo que era amiga de su padre. Quería sentirse mejor pensando que no les daba facilidades. - Y ya ha enviado todo a asuntos internos.




El hombre sonrió. No necesitó disimular, su víctima no podía verle. Ya había conseguido la información, ahora le quedaba el resto del encargo.


-Muy bien. Era sencillo, ¿Verdad?


Con lágrimas en los ojos, la pelirroja volvió a asentir.


-Ahora ábrete la camisa y quítate el sujetador. Quiero verte las tetas. Después bájate los pantalones y las bragas por debajo de las rodillas.


-¿Qué?


El hombre de nuevo empezó a apretar. Esta vez acompañó la presión de un par de tirones bruscos. No paró hasta que Emma comenzó a desabrochar torpemente los primeros botones de la camisa. Uno a uno fueron abriéndose, dejando ver la piel clara de Emma, salpicada de algunos lunares, junto a su sujetador negro de encaje. La lencería le costó un poco más, obligándola a arquear la espalda sin mover el cuello del sitio, para llegar al broche de atrás. Mereció la pena para el asaltante. Los pechos, más bien pequeños pero firmes, coronados con dos pequeños pezones rojizos, quedaron al aire, saludando a las cámaras. La joven se habría sonrojado, pero la estrangulación ya había hecho que su rostro estuviese rojo casi por completo.


-Eso es. Abre más la camisa. Sí, perfecto. Mira a las cámaras.


Emma ya no protestaba. Solo seguía instrucciones.


-Ahora los pantalones. A ver si eres pelirroja de verdad.


El llanto ya estaba arruinando el maquilla de la joven inspectora, pero no podía hacer nada a parte de avergonzarse. Lentamente, más por indecisión que por intentar agradar a su agresor, desabrochó el pantalón. Necesitó volver a arquear la espalda en el asiento para bajarlos hasta rebasar las rodillas. Las braguitas, ajustadas, hacían juego con el sujetador. A Emma le gustaba sentirse sexy en todo momento. Las fue quitando con cuidado para mostrar un pequeño triangulo de pelo corto y anaranjado.


-Oh, me encantan las pelirrojas. - Se relamió los labios. - Ahora, sin dejar de mirar a la cámara, mastúrbate.


Sin esperar respuesta o nuevas protestas, tiró fuertemente del garrote dos veces. Por si no estaba claro.




Emma comenzó a moverse tímidamente. Llevó la zurda al pecho izquierdo, masajeándolo  con calma. Apretando el pezón, suavemente, entre el pulgar y el índice. Con la diestra se acarició primero los labios externos. Despacio, como siempre le había gustado hacerlo, fue recorriendo el exterior de la vagina. La respiración se aceleró, en la medida de lo posible, mientras introdujo un dedo en su sexo. Jugueteó un poco hasta abandonar para dedicarle un poco de atención al clítoris.


Había pensado en fingir. Simplemente meter un par de dedos y moverlos hasta simular un orgasmo. No se atrevió. No quería que aquel hombre tuviese motivos para dudar.


Llevó la mano izquierda al antebrazo de su agresor, apretando con fuerza. Con la derecha movía los dedos cada vez más rápido. Empujaba la cadera hacia delante rítmicamente. Aunque trataba de controlarse, agitaba cada vez más fuerte la cabeza de lado a lado. Gemía con voz ronca, pero sexy. Era un auténtico espectáculo. La vagina estaba totalmente húmeda, lo cual facilitaba que se penetrase a sí misma más rápidamente. Era un auténtico espectáculo erótico.


-Si… ahhh… ahhh…. ¡siiiii!


El orgasmo tardó en llegar, pero fue muy intenso. La falta de aire la había hecho sentirlo todo con más potencia de la normal. De haber podido, estaría jadeando. No podía. De hecho, de pronto no podía respirar.




-Muy bien, pequeña, muy bien. Es una pena que no pueda follarte.


Emma dio un par de palmadas en las manos de su agresor, cómo si él no se diese cuenta de lo que estaba haciendo.


-Ahora vas a morir. ¿Lo entiendes?, vas a morir, y voy a grabarlo.


La joven, desesperada, negó con la cabeza.


-Vamos a verte morir y vamos a cascárnosla con el vídeo. Ese será tu recuerdo.


Empezó a sacudirse, a arquear la espalda. Los pantalones por las rodillas le impedían patalear mucho, aunque intentaba levantar las piernas y sacarlas del sitio del conductor.


-Llevaré tu cuerpecito a nuestro pequeño desguace. Te trocearemos y nuestros perros se comerán tus restos. Nunca van a encontrarte, pero cuando le haga lo mismo a tu amiguita Rebecca, le diré que tú nos llevaste hasta ella.


Emma alargó la mano derecha mientras intentaba tirar del garrote con la izquierda. La guantera. El cable le causaba un dolor tremendo al rasgarle la piel. Los pulmones y el pecho le ardían. Las palabras del asesino la asustaban todavía más. No entendía que alguien pudiese tratar a otra persona así. Intentó sobreponerse. Necesitaba abrir la guantera.


Estaba cerca cuando sufrió un tirón más, estampándose de nuevo contra el respaldo. La vista ya era borrosa. Abrió la boca permitiendo que la lengua fuese asomando entre sus sensuales labios, hoy pintados de rojo claro. Volvió a intentarlo. Tenía que abrir la guantera. Se estiró cuanto pudo, hundiéndose más el garrote ella misma. Consiguió tocar el cierre de la guantera con la yema de los dedos. Un último estirón le bastó para abrirla. Allí estaba la pistola. La cara comenzaba a ponerse morada mientras derramaba saliva descontroladamente por la boca, uniéndose al caudal de lágrimas.


Puso un par de dedos sobre la empuñadura de la pistola. Tan solo necesitaba cinco centímetros más para agarrarla. El pánico se apoderaba de ella rápidamente. Requería de un gran esfuerzo para recordar lo que estaba haciendo. Se estiró un poco más, casi lo justo para agarrar el arma y poder tirar de ella. Aún no había llegado.


Sucumbió al pánico y al dolor. No pudo soportar más la presión en el cuello. Llevó ambas manos a las manos de su agresor. Las golpeó sin fuerzas, arañó sus guantes. Trató de agarrar el hilo una vez más. Tenía la espalda tan arqueada que parecía ir a romperse en dos. La lengua ya estaba completamente fuera. Notó un líquido caliente entre los muslos, manchando el asiento bajo ella.


Las manos cayeron a ambos lados. Intentó levantarlas de nuevo. No tenía fuerzas. El cuerpo había quedado recostado sobre el respaldo. No se escurría porque el garrote mantenía el cuello en alto. El pataleo era esporádico, al igual que algunas convulsiones del torso. Por última vez trató de subir la mano derecha hacia el hilo. No lo consiguió. Cuando estaba a medio camino volvió a caer al costado. Ya solo veía sombras y siluetas, pero reconoció su propia imagen en el espejo retrovisor. Sintió pena por esa chica joven, pelirroja, que contemplaba. Parecía asustada, desfigurada por el dolor.  Medio desnuda para que quien quisiera mirar pudiera ver su hermoso cuerpo. Después dejó de ver, dejó de oír, y al final, dejó de sentir dolor.




El asesino dejó de apretar. Tenía algo de prisa. Salió de la puerta de atrás, abrió la del conductor, y contempló su obra. De haber quedado algo de compasión en él, habría sentido algo de lástima. La chica habría tenido un futuro brillante. Para asegurarse posó su mano sobre la coronilla y agarró la mandíbula con la otra. Tiró con fuerza, rompiendo el cuello. La sacó del coche y la metió en el maletero. Miró hacia su propio coche. Otro tipo en el interior tenía un ordenador portátil, abierto, en el salpicadero. Le hizo una señal de aprobación con el pulgar. Había grabado todo.


El asesino se sentó en el asiento del conductor. No le hacía gracia sentarse en la orina de otra persona, pero le pagaban bastante bien para ignorar esas pequeñeces. Además, tenía muchas cosas por hacer esa noche. La operación estaba en riesgo de ser descubierta. Solo esperaba que la tal Rebecca fuese tan deliciosa como Emma.


-Emma…


Volvió a relamerse los labios. Definitivamente iba a disfrutar re visionando el vídeo. Si tan solo hubiese podido follársela…




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